LA MUERTE SEGÚN LOS MEXICANOS
Se acerca el Día de Muertos. Ya comienzan a verse los manojos de cempasúchil por todas partes, y nos preparamos, los mexicanos, para la fiesta de todas las fiestas.
Más importante que cualquier otra celebración en el año, y mucho más profunda, a pesar de la alegría y el jolgorio, es esta fecha. Con un simbolismo trascendental y único, los mexicanos no lamentamos la muerte de nuestros seres queridos, sino que honramos y celebramos su vida, burlándonos un poco de la parca y su guadaña, que no podrá contra el espíritu que nos sustenta.
Porque así, jacarandosos y festivos, vivimos la vida los mexicanos. Eso, a pesar del terror de los delincuentes y los terroristas, a pesar del miedo y la incertidumbre…A pesar de haber caído en las garras del narco y de que nuestras carreteras y ciudades parezcan transformadas en un campo de batalla. Los mexicanos lloramos, con fuerza y dolor, cuando nos toca, pero somos una nación con una forma peculiar de afrontar los acontecimientos, incluso la pérdida de nuestros seres queridos.
Y aunque todo el tiempo mantenemos la certeza de un mundo futuro en el paraíso, es por estos días cuando nos damos un respiro de lo cotidiano para celebrar. Surgen las memorias, las anécdotas chistosas, las travesuras, y decoramos altares con lo que nuestros muertos amaban más. Bebemos, cantamos y comemos. El llanto ya no llega a nuestros ojos: ¡ si ya hemos llorado en du momento, ahora es el tiempo de reír! Porque la vida, según nosotros, los mexicanos, es una fiesta. Porque nuestra chispa no se extingue, ni a pesar de la muerte. Porque cada mexicano, niño o viejo, tiene la certeza de que vida somos, y vida seguiremos siendo mientras haya quien nos recuerde.
Esa debería ser la certeza de todo ser humano. Es una manera de hacer que la vida prevalezca.
Durante estos días, además, aparecen magníficas representaciones de la cultura popular de México: literatura, plástica, dramaturgia y culinaria, por sólo decir algunas, figuran en todas las calles y plazas de la nación. Zacatecas no se queda atrás, y la fiesta se muestra espectacular en nuestro Centro Histórico, para recibir a propios y visitantes, y recordarles que la vida sigue mientras haya quien la viva.
Es una manera de no olvidar lo que verdaderamente importa, y una oportunidad para traer a colación los sueños que tenemos para un México que sea un verdadero lugar para vivir. Porque no sólo nos duelen nuestros muertos, también nos marchita la diáspora de hermanos nuestros que buscan su destino lejos del terruño. Ellos también nos faltan, y nos duelen, por lo que estas fechas también son propicias para exigir al gobierno federal que se quite la venda de los ojos.
Nuestra nación no está ni cerca de ser aquello que tanto presumen. Nos urge seguridad. Estamos hartos de tragedias, de cabezas cercenadas y cadáveres sin dueño. Estamos hasta la coronilla de tanto balazo, que ni cien mil mariachis pueden ocultar. Nos harta nuestra calidad de vida. Queremos un país para trabajar y que nuestras fiestas no mantengan ese sabor agridulce del temor y de lo incierto.
Pero mientras nos llega el milagro, a preparar nuestro pan, a decorar los altares y a escribir calaveritas, porque la vida es para vivir la, y la muerte, para brindar con ella.
¡Esto es lo que pienso !
Deja una respuesta