NO HAY MAL QUE DURE CIEN AÑOS
El mundo enfrenta tiempos convulsionados y terribles, y los mexicanos no tenemos consciencia de todo lo que ocurre más allá de lo que nos muestran las noticias. Olvidamos que la prensa tiene una agenda que incluye únicamente aquellas noticias que pueden orientar la opinión pública hacia lo que importa a los poderes políticos, las grandes corporaciones o ambos. De esa cuenta, hemos seguido, casi al minuto, todo lo que ocurre en Ucrania, porque enfrenta a dos bloques de poder: Rusia y la zona Euro. Nos confunden las noticias sobre Gaza e Israel, principalmente, porque los grandes medios responden a los intereses de las empresas israelíes, dueñas del mundo occidental. Pero eso no es todo lo que sacude a la humanidad.
Cada mañana, se pintan con sangre y lágrimas nuevas tragedias en distintas latitudes. Para citar sólo un par de ejemplos, los conflictos étnicos están destruyendo poblaciones enteras en el Congo y en Guinea pero, claro, mientras tales cuestiones se mantengan alejadas de las minas, no habrá noticia que valga la pena ver. Algo así nos ha ocurrido con Siria. Sabemos que algo pasó y pasa en Siria, porque es un país musulmán y, prejuiciosos como somos, los musulmanes tienen esa fama. Hace algunos años, Rusia se metió al conflicto en apoyo de alguna de las partes, y mientras eso ocurrió de algo nos enteramos. Otros nos conmovimos con las desgarradoras fotografías de Aylan Kuridi, el bebé que apareció ahogado en una playa, tras el naufragio de la lancha en la que huía de la guerra junto a su madre y hermano. Algo nos suena a que por ahí anduvo el Ejército Islámico y algunos creímos saber que Estados Unidos también quería meter su cuchara en ese relajo, pero sólo para fastidiar a los rusos. En fin. Mucho y tan poco. Lo cierto es que este viernes, Siria pareció vivir un nuevo amanecer.
Al mejor estilo de las dictaduras, la familia Al Assad tuvo sometida a Siria a sus designios durante más de cincuenta años. Bashar Al Assad, presidente desde el año dos mil, sustituyó en el cargo a su padre, quien lo ostentó durante los treinta años anteriores. Y como en toda dictadura, hubo detractores y partidarios. Lo que no puede negarse es que, a partir de la “primavera árabe” del 2011, cuando los ciudadanos sirios siguieron a sus vecinos de Egipto y Túnez para manifestar su deseo de vivir en libertad y justicia, las cosas se pusieron peores para todos. Ocho millones de sirios, cuando menos, se han refugiado en países europeos desde el inicio de la guerra civil, entre 2012 y 2013, y ahora son ellos quienes celebran que los rebeldes hayan tomado Damasco y que Al Assad y su familia sean los que huyen. Moscú ha confirmado que se encuentran bajo su protección, en suelo ruso.
Los rebeldes sirios, sin embargo, son vistos con recelo en el resto del planeta, sobre todo tras las felicitaciones que han recibido por parte de grupos radicales, como el Talibán. A sus líderes se les vincula con grupos terroristas sanguinarios, de la talla de ISIS, aunque ellos mismos aseguran que ya no son los jóvenes impulsivos que antes fueron y que están en todo el deseo de garantizar una transición pacífica y ordenada para dar una nueva vida a su país.
Mucha tela queda por cortar, y no puede olvidarse que se trata de un proceso que apenas comienza. Lo cierto es que los rebeldes se han visto suficientemente bien organizados y armados, con el apoyo indudable de Estados Unidos, por lo que existe esperanza en que sus acciones no hayan sido espontáneas y estén acompañadas de un plan político conveniente.
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