El nueve de enero entrante, Venezuela se prepara, nuevamente, para enfrentarse a un día convulso y difícil. Es la fecha en la que debería asumir la presidencia quien resultara electo el pasado año, durante unas elecciones que debieron ser democráticas y respetuosas de la voluntad del pueblo, según el acuerdo de Barbados firmado en el 2023 por Maduro y la oposición, pero resultaron un escándalo. Nicolás Maduro, junto a su ejército de primates, escupió a la cara al pueblo de Venezuela, permitiéndoles salir a las urnas para, después, negarse a aceptar un voto radical y definitivo. Él no ganó, pero eso no importaba: esas arepas ya estaban preparadas desde mucho antes.
Pero volvamos unos meses hacia atrás. La oposición había designado a una lideresa indiscutible, a María Corina Machado, como quien enarbolaría la bandera de las libertades y el respeto. A usanzas de todo buen “dearestleader”, Maduro y los suyos se las arreglaron para inhabilitarla, y para cada paso que Machado intentaba dar, en el camino de la legalidad y lo correcto, aparecía un nuevo y ridículo obstáculo que, sin embargo, resultaba imposible de sortear. Entonces la oposición, en una jugada maestra, decidió que sería Edmundo González Urrutia, a quien la sociedad venezolana percibía como un hombre honorable, como el candidato a votar.
Muchos recordamos la feroz imagen de una María Corina, enfrentándose a los designios del régimen, sonriente con el puño en alto, acompañada de un Edmundo cuyo rostro se percibía tímido y hasta asustado, pero con el valor de quien nada teme y quien está listo para entregar el todo por el todo. Y el todo, ese día, era Venezuela. Ambos sufrieron persecución, tuvieron que ocultarse, moverse y dejar la protesta en manos de quienes podían arriesgar porque estaban dispuestos a ello. El pueblo votó por González Urrutia, abrumadoramente, y él era una figura a la que, desde ese mismo momento, había que proteger.
Poco a poco comenzamos a seguir sus entrevistas y a escuchar al hombre sereno que ganó el favor popular, a pesar de la rabieta de Nicolás Maduro. González es un político de ideas claras y profundo amor a su tierra. Forzado a abandonar el territorio nacional, fue recibido en España y, desde ahí, comenzó una cruzada mundial para intentar, por todos los medios, que Venezuela se libre de otro gobierno chavista más. A nivel global, los gobiernos más influyentes le han abierto las puertas y le han reconocido como el presidente electo, Estados Unidos y la Unión Europea en cuenta. Recientemente le vimos siendo recibido por Javier Milei en Argentina. Sin que estemos a favor o en contra de los gobernantes de las demás naciones, lo cierto es que el mundo entero parece estar interesado en frenar el avance de la falta de libertades en América Latina, y la situación en Venezuela es de preocupación general.
Machado ha convocado a tomar las calles el nueve de enero, bajo el alegato de que la libertad hay que lucharla. Y González Urrutia se prepara para volver. A nosotros nos interesa el daño que el totalitarismo es capaz de hacer a la esencia de una sociedad, el daño que se provoca a todo un país si se le sueltan las riendas a los gobernantes populistas. Así es. Pero también nos sirve de ejemplo el valor y la entrega de un pueblo que se niega a seguir con la bota sobre la cabeza.
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