EXPECTATIVAS
Cada vez que nos aparece un anuncio de Temu en nuestras redes sociales, la cancioncita nos repite el que parece haberse convertido en el nuevo motto de vida para las personas: “shop like a billionaire” – “compra como un billonario”. Tal parece que todas nuestras expectativas están redundando en eso: en comprar, gastar, tener cosas y, más aún, que nos vean comprando, gastando y teniendo. Es que, de hecho, es sumamente satisfactorio ir a una tienda y salir con un paquete, o dos, así sea a costa de nuestro endeudamiento.
Esta transformación de nuestros sueños e ideales está teniendo efectos serios sobre todo a nuestro alrededor. Compramos más cosas inútiles y más cosas de menor calidad; generamos, por lo tanto, más basura. Esa basura no suele ser reutilizada o reciclada, por lo que termina siendo una fuente de contaminación. Las clases medias, cada vez más estranguladas por la presión de ser “alguien”, pero alguien que gasta, estamos siendo responsables de un buen porcentaje de las crisis ambientales de nuestras comunidades. Los comerciantes, felices. Los banqueros, más que felices. La economía, en aparente bonanza. Las plazas comerciales, llenas de gente.
Mientras tanto, Don Nadie, malviviendo de su trabajo, con la presión de que sus hijos esto o aquello, de que su mujer, que las amigas, que los cuates y el carro, endeudado hasta las orejas, comienza a pagar con su salud ese ritmo que le está marcando la vida. En México, se estima que tres de cada diez personas padecen una condición de salud mental, y que sólo tres de cada cien buscan ayuda. La salud mental es demasiado cara, por lo que se sumergen en toda clase de hábitos autodestructivos, que los llevan a un ciclo sin fin, una espiral de Arquímedes al revés. El malestar sólo parece aliviarse con dinero, comprando.
¿En dónde quedó el ser buena persona? ¿Qué pasa con los pequeños placeres de la vida, esos que no cuestan dinero? Estos mexicanos y mexicanas, pasan demasiadas horas trabajando, angustiados o fingiendo: no se guardan un ratito para apreciar lo valioso. Se alejan de los suyos, se vuelven grises y aburridos, y su nube cubre sus hogares, llenándolos de pesar. Algunos están tan frustrados y presionados que estallan en violencia, que se vuelve habitual. Otros se refugian en las adicciones. Pero atrás de ellos vienen los más jóvenes, los niños, y eso lo hace peor todavía; las nuevas generaciones están aprendiendo que eso es lo normal y que sus expectativas de vida deben apuntar hacia ello.
Nos hemos convertido en nuestro peor enemigo.
La Semana Santa es tiempo oportuno para reflexionar sobre lo que somos, lo que hacemos y lo que podemos hacer para dejar de caer. Requiere valentía, osadía incluso, para plantarnos a un sistema que no busca nuestro bienestar. Reenfocar nuestra vida, tomar un nuevo rumbo, empoderar a los nuestros y descubrir lo que es correcto: eso nos hará libres en un mundo que nos ansía cada vez más esclavos.
Un amigo, hace muchos años, cruzaba el puente de la frontera entre México y Guatemala, y, por tomar una foto con el teléfono, lo dejó caer al río. Los primeros tres días le resultaron horrendos. Al cuarto día, sin la exposición a esa sociedad virtual a la que pertenecemos, tuvo tiempo y ganas de embarcarse en otras cosas. Tres semanas después, al volver a casa, decidió relacionarse de manera distinta con el consumo: tanto él como los suyos, adoptaron un modo de vida mucho más feliz y tranquilo.
¿Qué tendrá que pasar para que encontremos nuestro puente, nuestro río y nuestro valor?
Juan Carlos Pérez
Twitter: @jancarlo18
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