El 5 de junio de 2025 marcó el punto de quiebre entre dos de las figuras más influyentes de la actualidad: el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el empresario Elon Musk. Lo que inició como una alianza pragmática —con Musk a la cabeza del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE)— se ha convertido en un enfrentamiento sin precedentes entre el poder político tradicional y el capital tecnodigital.
Para Juan Carlos Barrón Pastor, investigador y secretario académico del Centro de Investigaciones sobre América del Norte (CISAN) de la UNAM, este conflicto trasciende lo personal y pone de relieve un problema estructural más profundo: “la importancia del rol que juegan las instituciones para aminorar el impacto de personalidades dominantes en el ámbito público. No podemos permitir que estemos todos a expensas de sus rabietas o de sus diferencias”.
La ruptura tuvo lugar en el escenario que ambos dominan: las redes sociales. Desde su plataforma Truth Social, Trump arremetió contra Musk tras las críticas del empresario a la nueva ley presupuestaria. En respuesta, Musk no sólo desacreditó el plan fiscal, sino que lanzó acusaciones delicadas, incluyendo insinuaciones sobre la relación del mandatario con el expediente Epstein. Lo que antes fue una relación de mutuo beneficio —en la que Musk recortó estructuras gubernamentales enteras a petición del presidente— terminó en un intercambio público de amenazas, insultos y consecuencias financieras inmediatas.
“El conflicto se da por lo más delgado: Tesla”, explica Barrón. “Ahí está el meollo del asunto. Musk impulsa un modelo de futuro que no encaja con el paradigma industrial que Trump quiere restaurar. La alianza se rompió en el punto donde sus visiones del desarrollo tecnológico ya no pudieron coincidir”.
Más allá de las palabras, el conflicto ya tiene efectos tangibles. Las acciones de Tesla cayeron más de 14% en un solo día, una pérdida de alrededor de 150 mil millones de dólares en valor de mercado. SpaceX, por su parte, anunció que comenzará a desmantelar su nave espacial Dragon, utilizada por la NASA, lo que podría entorpecer proyectos conjuntos con el gobierno estadounidense.
Trump, fiel a su estilo confrontativo, sugirió que eliminaría todos los subsidios y contratos federales con las empresas de Musk. El magnate, por su parte, respondió insinuando que usará sus recursos para apoyar a candidatos que se opongan a la línea oficial del Partido Republicano. La disputa amenaza con dividir a las bases conservadoras y alterar las dinámicas de poder en Washington en un momento crucial del ciclo político.
“Estamos viendo el efecto de la fusión entre el poder empresarial, el político y el tecnológico”, apunta Barrón. “El conflicto entre estos dos personajes nos recuerda la urgencia de fortalecer la resiliencia de las instituciones. La civilidad se erosiona cuando los liderazgos fuertes actúan sin marcos normativos claros”.
El enfrentamiento no puede entenderse únicamente como una disputa personal. Representa un síntoma de una transformación más profunda: la concentración sin precedentes de poder económico, mediático y simbólico en manos de actores que actúan por fuera de las instituciones tradicionales.
Trump y Musk no sólo dominan la conversación pública; moldean realidades políticas y económicas en tiempo real desde plataformas que ellos mismos controlan. Esta fusión de poder digital y capacidad de decisión política plantea desafíos inéditos para las democracias contemporáneas. ¿Qué ocurre cuando la legitimidad del Estado se ve disputada por la influencia algorítmica y el capital privado?
“El trumpismo se basa en una ideología antiintelectualista que desconfía de las instituciones y de la regulación. Pero al operar sin reglas, termina imponiendo otras arbitrarias, como aranceles y restricciones migratorias, que afectan incluso a la economía que dice defender”, afirma el investigador del CISAN. “No han reflexionado suficientemente sobre las consecuencias de sus acciones”.
Barrón también advierte que la visión del presidente estadounidense sobre la tecnología fue ingenua: “Trump creyó que podía utilizar la innovación de Musk como simple herramienta. Pero la tecnología —y sus dueños— no son neutrales. La ruptura era inevitable cuando los intereses dejaron de coincidir”.
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