Estados Unidos es cualquier cosa menos una nación uniétnica. Además de las naciones originarias del territorio estadounidense, todos los diversos grupos de inmigrantes que llegaron a él en los alrededores del siglo XVI constituyen lo que debería ser un tesoro. En ecología, la biodiversidad se considera como eso, exactamente: es ridículo pensar que, en pleno siglo XXI, haya grupos de personas con instintos de uniformidad y monotonía. Sobre todo, en países como los nuestros.
La legalidad o ilegalidad de la inmigración es bastante relativa y responde a los intereses propios de cada nación. Si un estado cree necesario cerrar sus fronteras, es válido, por cuestiones de seguridad, economía o de garantías para sus pobladores; pero las demás naciones que toman esas medidas no manejan políticas extremas o violentas porque, al final, imagino que casi todas las personas del mundo terminamos siendo producto de esas migraciones, y del amor. En el caso de los Estados Unidos, los seguidores del “Make America Great Again” son descendientes, en mayor o menor grado, de inmigrantes ilegales. Ninguno de los llamados “pioneros” pidió visa o permiso. Los que se movieron para buscar oro en el lejano oeste, tampoco pidieron permiso de extracción o de residencia a los pueblos que ya habitaban en ella. Cada persona que se instaló buscando mejores condiciones económicas, llegó de otras naciones. Aún así, allí están, exigiendo que sean deportados otros que llegaron como ellos, o como sus antepasados, al país.
Lo más interesante, pero completamente previsible, son las acciones que el gobierno de Donald Trump está realizando para combatir lo que él considera como un flagelo. Además de intimidaciones y redadas ha recurrido al juego sucio de tirar la piedra y que sean otros los que se partan la cara por él. De forma no oficial, el gobierno estadounidense está animando a los ciudadanos a delatar a inmigrantes ilegales; pero a todos, no sólo a los que han cometido algún delito. Y los ciudadanos están respondiendo. A pesar de que muchos de ellos también son inmigrantes, se han dado a la tarea de enviar ubicaciones y denunciar, incluso, a plantas completas de trabajadores para que sean capturados y expulsados del país. Trump se frota las manos y no se interesa por las razones de fondo en tales denuncias. Mientras sean otros los que se meten en problemas, y él sea quien gana, todo irá bien.
Ante el rumor de que los mandos de una famosa embotelladora habían denunciado a sus trabajadores, la comunidad hispana se lanzó con una forma de protesta no violenta pero, ojalá, efectiva. Se trata del “Latino Freeze”, un boicot que invita a las personas a no consumir productos de empresas vinculadas con esos rumores, tampoco acudir a establecimientos que sostengan prácticas a favor de las deportaciones. Invitan a las comunidades de inmigrantes a preferir lo propio y prosperar.
¿Funcionará esta iniciativa para frenar los ataques en contra de la comunidad inmigrante y, en primer lugar, de los hispanos? ¿O será, como siempre, el precursor de medidas más duras? En lo que pensamos y repensamos, la embotelladora de la competencia ha realizado instalaciones ocurrentes, como la bandera mexicana que construyeron con latas de sus productos en los pasillos de un supermercado.
Lo cierto es que nuestros hermanos migrantes la están pasando mal. Nadie es completamente libre cuando vive con miedo y con la incertidumbre de si volverá a casa a llevar el pan a su mesa.
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