Este par de semanas han sido trágicas, de verdad, para la sociedad mexicana.  No es que haya ocurrido una hecatombe, o que se haya legalizado alguna política que destruya el tejido social de la nación.  Es que hemos descubierto que, en total ausencia del buen juicio, el corazón y vida de esta nuestra vida – la juventud – ha pasado de aceptar la violencia como un hecho normal a justificar las agresiones que perpetran algunas personas.
Sí, esta reflexión nace del escándalo de hace una semana, cuando una influencer – una muchachita de 17 años – apuñaló a la novia del papá de su hija – otra muchachita de 18 años -.  Estamos hablando de dos niñas jugando a vivir vidas de adulta, apoyando esas vidas en la cantidad de atención que reciben de las redes sociales a fuerza de mostrar sus encantos y de hacerse ver irreverentes y “lindas”.  Pues bien, la una decidió apuñalar a la otra en un lío de pasión…  
Lo increíble, por cuanto más doloroso, vino después.  Cientos de miles de jóvenes justificaban e, incluso, felicitaban a la agresora, mientras despotricaban en contra de la víctima.  ¿Cuándo nos escapamos de la civilización? Lo que ocurrió ni siquiera responde al instinto de supervivencia si no, nuevamente, a la necesidad de ser parte, de tomar partido públicamente, de manifestar nuestra opinión aún cuando no tenemos una.  Con la excusa de la libre expresión, los “followers” de la niña se lanzaron a emitir cualquier cantidad de estupideces, olvidando cualquier poco de humanidad que les quedara.
Luego, este apasionamiento se traduce en histerias y discordias.  Todo se toma personal y los mexicanos nos comportamos como si el dichoso “influencer” tuviera algún vínculo o afecto hacia nosotros. A esas personas, cuyas vidas están más vacías y tienen menos consistencia que el alcornoque, no les importamos, no se enteran de nuestra existencia.  Están lidiando, pobres ellos, con sus propias miserias y sus propias carencias emocionales y materiales, cuando lo que necesitarían es atención psiquiátrica.  Aunque ellos son otra historia.  Lo que nos afecta es esa pérdida del ser humano mexicano, que aprueba las acciones violentas de forma irreflexiva.
Pero no es reciente.  Hará ya un tiempo desde que comenzamos a excusar las agresiones que sufren víctimas de homicidio, secuestro o violencia sexual, apoyándonos en prejuicios y en el clásico “a saber en qué andaba metido”.  Estamos perdiendo la compasión. No sólo permitimos que ser violentos forme parte de nuestro día a día: asumimos ese mismo flagelo como parte de nuestra idiosincrasia, hasta cambiar de lado la culpa.  Poco falta para que comencemos a felicitar a los violentos, asesinos, delincuentes y perversos.
Quiero pensar que aún es tiempo de recuperar nuestra esencia, la compasión, la bondad y la empatía.  Pero cómo cuesta.  Con que nos mantengamos inmunes a justificar la violencia me basta.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.