En tiempos recientes se ha puesto de moda en el ámbito de la comunicación y el periodismo el término “posverdad”, el cual se asocia a la mentira como aspecto de verdad; es decir, una mentira verosímil. Si la posverdad fuera una mentira deberíamos llamarla abiertamente mentira; sin embargo, parece que no basta con esta identificación. El debate conceptual alcanza al círculo de quienes ejercen desde el gobierno federal las políticas públicas en materia de comunicación social.
Desde el púlpito presidencial se envía a los ciudadanos el tema del momento, que va desde las consultas populares, las pugnas con el Poder Judicial, el Instituto Electoral, con los medios de comunicación, hasta el proceso legislativo que conducirá a la Revocación de Mandato. Todas estas cuestiones no son secretas, se hacen públicas bajo políticas de socialización que siguen estrategias propias de la publicidad.
Contra lo que pudiera pensarse, todo eso se basa en discursos deliberadamente pensados por expertos en comunicación y política. Se dice que estos asesores presidenciales son los mismos que en 2006 atacaron dura y destructivamente en aquella ocasión al actual mandatario nacional. Por lo que se ve, el método de la posverdad es muy efectivo porque sus contenidos se dirigen a oyentes deseosos de escuchar noticias tranquilizadoras y de alto impacto emocional, quienes no se interesan por analizar críticamente el mensaje.
De esta forma, la posverdad es un recurso construido y utilizado por quienes están interesados en influir en la opinión pública enviando mensajes o noticias que les favorezcan sin exponerse a ser considerados como mentirosos o deshonestos al no existir evidencias en favor o en contra de lo planteado, permitiendo su éxito momentáneo y dejando de lado la objetividad, apelando sólo a creencias de los ciudadanos. Claro, una cosa a favor es que tampoco se busca la desinformación, tal vez, sí, el hedonismo cognitivo: lo que sólo brinda placer y negación.
Posverdad es, pues, esa deformación meditada de la realidad que invoca más a las emociones y a las creencias que a los hechos comprobables. Así, la falsedad se convierte en verdad apuntalada por identificación emocional, dando lugar a la manipulación y a una sensación de seguridad y libertad por parte del público, que se siente satisfecho y orientado en sus ideales. Estas estrategias publicitarias de los poderes públicos podrían abrir las puertas a nuevos totalitarismos, no es una cuestión de izquierdas o de derechas, sino una auténtica amenaza a la democracia.
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