CONTRACORRIENTE
Los que nacimos bajo el yugo autoritario del PRI creímos que ya habíamos vivido lo peor: populismo fiscal, endeudamiento sin freno, crisis económicas disfrazadas de “proyectos nacionales”, gobiernos que usaban el gasto como si fuera propaganda. Pero hoy, bajo Morena, la historia se repite, se recicla con mayor cinismo y menos responsabilidad.
La deuda pública como porcentaje del PIB se disparó en los años 80 hasta alcanzar el 94.8% en su peor momento, cuando México —bajo López Portillo y De la Madrid— enfrentó la quiebra técnica, la devaluación, la fuga de capitales y el colapso de la confianza internacional. Hoy, la deuda se acerca al 52% del PIB. No parece tan alta en apariencia, pero lo preocupante es la velocidad con la que crece y el costo que ya representa para las finanzas públicas.
Durante el sexenio de López Obrador, la deuda neta del gobierno federal pasó de 10.5 a más de 15.2 billones de pesos.Tan solo en los primeros meses del gobierno de Claudia Sheinbaum, el país ha pagado más de 302 mil millones de pesos en intereses de deuda, el monto más alto en dos décadas. Cada mexicano debe hoy 131 mil pesos por esta herencia.¿Y la promesa de no endeudar al país y ser iguales? Enterrada bajo la retórica del “proyecto de transformación”.
Lo más grave es que la deuda no se ha traducido en infraestructura productiva ni en resultados tangibles. Como en los 80, el gasto ha sido absorbido por subsidios clientelares, obras faraónicas sin retorno y programas sociales que se utilizan más para ganar elecciones que para combatir la pobreza estructural.
En los 80, el PRI nos vendía discursos sobre nacionalismo económico mientras el país se hundía. Hoy, Morena hace lo mismo, pero con un blindaje ideológico que descalifica toda crítica como “conservadora” o “neoliberal”. En ambos casos, el resultado es el mismo: una economía atrapada entre la demagogia y la deuda.
La gran diferencia es que nosotros sí recordamos. Sabemos lo que pasa cuando un gobierno vive de gastar lo que no tiene, cuando se destruye la confianza en el estado de derecho y cuando el discurso sustituye a la planeación. Lo vimos en el 82, lo sufrimos en el 95. Y ahora, lo vemos venir de nuevo.
México no está quebrado aún. Pero está en el camino. Y si el nuevo gobierno no reconoce que hereda una bomba fiscal, que se enciende con cada peso sin respaldo, entonces el desenlace será el mismo que ya vivimos: ajustes brutales, recortes forzados y una generación más pagando las deudas del populismo.
La historia no se repite igual. En México, bajo Morena, se repite peor.
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