ZACATECAS, TIERRA DE CACIQUES
Escribo esta columna motivado por la reflexión que el maestro Manuel Ibarra expuso recientemente en Triple R sobre los caciques de Zacatecas, un tema tan vigente como incómodo. Ibarra, con precisión histórica y un tono crítico que se agradece, recupera las ideas de autores como Gilbert Joseph, Wayne Cornelius y Fernando Salmerón para explicar cómo el caciquismo ha sido, por décadas, uno de los mayores obstáculos para el desarrollo democrático del estado.
Zacatecas ha tenido dos grandes caciques en su historia reciente. El primero, Leobardo Reynoso, gobernó a partir de 1944 y extendió su poder durante casi 30 años con un control absoluto de las instituciones, de la política regional y de los recursos públicos. El segundo es Ricardo Monreal, cuya influencia comienza en 1998 y se extiende hasta nuestros días, reproduciendo los mismos vicios que denuncia la academia: patrimonialismo, impunidad, clientelismo, nepotismo y una visión autocrática del poder.
Lo que define a un cacique no es solamente el puesto que ocupa, sino la red de intereses que crea para sostenerse. Amigos, hermanos, hijos, cuñadas, sobrinos, operadores y hasta testaferros disfrazados de líderes sociales, académicos o empresarios. Todosde una maquinaria diseñada para desviar el presupuesto público y perpetuar el control político. Los proyectos no importan. Las ideas, menos. Lo único que importa es mantener el poder dentro de la familia o del clan.
El maestro Ibarra lo resume bien: los caciques “obstruyen la prosperidad, el bienestar, el desarrollo y la justicia en favor del pueblo”. Y lo hacen con una mezcla peligrosa de cinismo, desvergüenza y una soberbia que solo otorga la impunidad.
La pregunta es cuándo la sociedad va a empezar a desmantelar sus redes. Porque no basta con indignarse, hay que organizarse. Hay que educar políticamente a las nuevas generaciones y construir liderazgos ciudadanos que rompan con la lógica feudal del poder.
Por eso es tan importante recuperar el análisis académico —como el del maestro Ibarra— y usarlo como herramienta crítica frente a la política local. Porque el verdadero riesgo no es que haya un cacique, sino que la gente termine creyendo que no hay otra forma de gobernar.
¿Dónde quedó el México que soñamos? ¿Dónde están los contrapesos, los debates y la libertad?.
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