TINTERO:OPINIÓN Cuauhtémoc Calderón Galván

CONTRACORRIENTE

La reciente llamada entre la presidenta Claudia Sheinbaum y el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha resultado en la suspensión temporal de los aranceles del 25% a productos mexicanos hasta el 2 de abril. La noticia ha sido presentada como un logro diplomático, pero la realidad es menos alentadora. México ha vuelto a ceder a presiones externas, desplegando 10,000 efectivos de la Guardia Nacional en la frontera, incrementando la cooperación en seguridad y ajustando su política migratoria para satisfacer a Washington.
 
La estrategia oficial de «cooperación» con Estados Unidos ha incluido la extradición de 29 narcotraficantes de alto perfil, entre ellos Rafael Caro Quintero, en un intento por obtener estabilidad económica y política. ¿Ha funcionado? No. La amenaza de los aranceles sigue latente, solo pospuesta. México se mantiene en una posición de subordinación sin ninguna garantía de reciprocidad real.
 
Para quienes creen que este tipo de medidas son nuevas, basta con revisar la historia reciente. Un poco más de cuatro décadas atrás, en 1982, el PRI convocó a la ciudadanía a “apoyar” las medidas revolucionarias del presidente López Portillo con una movilización en el Zócalo. Nacionalización de la banca, control de cambios, discursos de soberanía… La misma retórica, los mismos métodos, el mismo intento de encubrir el desastre con la imagen de un pueblo «apoyando» a su líder.
 
Hoy, la historia se repite con una marcha donde el gobierno convoca a sus estructuras para «consultar al pueblo». Pero, igual que en 1982, la política exterior no se define en mítines ni con pancartas, sino con estrategia y negociación real. Un país que concede todo y no obtiene nada a cambio no está negociando, está siendo sometido.
 
Una visión de Estado implica entender que la relación con Estados Unidos no puede basarse en concesiones unilaterales. México necesita recuperar margen de maniobra, fortalecer su industria nacional, diversificar sus socios comerciales y negociar desde una posición de dignidad. Mientras el gobierno siga reaccionando en lugar de planear, mientras la política exterior dependa de los caprichos de Washington, el país seguirá atrapado en el mismo ciclo de sometimiento que ha marcado nuestra historia reciente.
 
Las crisis no se resuelven con discursos ni con marchas. Se enfrentan con estrategia, con visión de Estado y con resultados. Pero en un gobierno donde la narrativa importa más que la gestión, el espectáculo del domingo no será más que eso: una puesta en escena para disfrazar la debilidad con la ilusión de un respaldo popular. Casi 50 años después, seguimos igual. La pregunta es: ¿también queremos terminar igual?

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