UN AUSCHWITZ EN JALISCO
México no se cansa de las escenas de horror ni del escarnio. Cuando creemos que no puede pasar nada peor, aparece Rancho Izaguirre y nos abofetea con la verdad. Es difícil ser optimista y ver la vida con alegría si la muerte acecha en cada rincón, esperando el momento perfecto para abalanzarse sobre nuestra aparente tranquilidad.
Tranquilidad que han perdido, hace ya mucho tiempo, los padres, madres, familiares y amigos de los desaparecidos: los buscadores. Eso héroes están dispuestos a asumir el terror de encontrar los despojos de otros mientras buscan los despojos de los suyos, y no temen arriesgar su vida y su integridad para seguir buscando, así sea en donde “no pueden”. Así, recaban testimonios y pruebas de forma más eficiente y mejor que la misma policía o el ente investigador, y se meten hasta debajo de las piedras para buscar una reliquia que les permita rendir homenaje póstumo a quienes ya dan por muertos. No se rinden.
Y al no ser organizaciones estatales sino todo lo contrario, cuentan con más credibilidad y confianza ante la sociedad. Por ello, es más fácil que se acerquen a buscarles personas que saben dónde, cómo y cuánto. Así ocurrió recientemente, con el deplorable Rancho Izaguirre. Mientras las autoridades, que lo tenían “asegurado” desde septiembre no detectaron mayor cosa, a pesar del uso de drones, mapeo y otras herramientas sofisticadas, los buscadores, con sus manos y corazón, descubrieron evidencias de alrededor de 400 asesinatos. En ese rancho, que no es tan grande como los funcionarios han asegurado, se entrenaba, torturaba y asesinaba a la carne de cañón que, presuntamente, el CJNG había reclutado entre la gente joven.
En un tiempo en el que el hambre es canija, pero también la gana de hacer dinero, y en el que la misma sociedad empuja a los más jóvenes a buscar el dinero de cualquier manera, la juventud es presa fácil de cualquier ofrecimiento. Luego, o se morían en el campo de entrenamiento, o los mataban por “inútiles” o servían como víctimas en balaceras y escándalos, mientras los meros jefes hacían de las suyas. Crematorios, zapatos, recuerdos y posesiones de cientos de personas, incluso cartas de despedida, dan cuenta del horror vivido en esas instalaciones.
¿Y el gobierno? Poco dice y menos hace. Es verdad que aún es pronto para que haya capturas o condenas, pero es mucho si se piensa en todo el tiempo que ese centro llevaba funcionando.
La última novedad fue que no es el único. El modelo de campo de exterminio que tanto marcó a la sociedad alemana y a la comunidad judía del mundo, es replicado por el narcotráfico para sus propios fines. Encomendados a la “santa muerte”, esos delincuentes, asesinos y maleantes saben cómo conseguir lo que buscan, sin escrúpulos y sin conciencia, dejando hijos sin madres, madres sin hijos y un vacío en las mesas de muchas, demasiadas, familias mexicanas. Urge un ente investigador eficiente, un cuerpo de defensa activo y un gobierno que salvaguarde la paz de todos los mexicanos.
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