LA SOLUCIÓN NO ESTÁ EN CHINA
La llegada de Donald Trump al poder representa serias amenazas a la economía mexicana. No se trata sólo de que este señor haya sido electo presidente, dado su racismo, además de su exacerbada devoción por lo estadounidense; ni siquiera se trata sólo de las diferencias que mantiene con China. Se trata, además, de que coincide con el segundo período morenista en nuestro país.
El tratado de libre comercio que existe entre los tres países de América del Norte tiene condiciones muy claras y fáciles de entender, en términos de las normas aplicables a los productos de unos u otros países que podrían participar de las ventajas del tratado. La proporción mínima de materiales e insumos provenientes de los tres países, las condiciones de trabajo de la mano de obra, entre otros, dejan las cosas bastante fáciles de seguir. Claro, si hay voluntad de las partes para mantenerse dentro del tratado.
El asunto acá es el triángulo complicado que se está construyendo entre nuestro país, los Estados Unidos y China. Mientras que Trump ha amenazado con aranceles absurdos – el doscientos por ciento es suficientemente caro – a los productos que, originalmente chinos, ingresen a su país desde México, México coquetea con la idea de cambiar de destino comercial enviando nuestros productos a China. ¿Habrá considerado el gabinete económico de la presidenta Sheinbaum considerado lo que implicaría exportar hacia China todo lo que exportamos hacia Estados Unidos? ¿Se dará cuenta la presidenta Sheinbaum que importar productos chinos, en gran escala, es apoyar la competencia desleal, la economía subsidiada y la explotación laboral, además de optar por artículos desechables y de pésima calidad? Mayores costos para las empresas mexicanas y la perspectiva de convertirnos en un enorme basurero de cosas inservibles.
Ahora, pongamos el ojo en Donald Trump. ¿Cuál es su pánico hacia los productos chinos? Si bien es cierto que la calidad de la mayoría de ellos es cuestionable, también cuenta la China con importantes desarrollos empresariales. El mismo Elon Musk, parte del nuevo gobierno y mediático empresario, tiene actividades en China. ¿Es, acaso, una aversión hacia la combinación de sus dos naciones “favoritas”? ¿Puede alguien contarle al señor Trump que no existen, aún, inversiones de fondos chinos en territorio mexicano?
Al menos, claro, que México persista en el coqueteo con la nación de los ojos rasgados. Claudia Sheinbaum se ha llenado la boca con palabras bonitas relacionadas con el amor, la paz y la justicia. Su participación en el G20 fue poco menos que cursi e intrascendente. ¿Estará dispuesta a modificar ese discurso, o su forma de pensar, para tomar un tono y una actitud más práctica hacia el hecho innegable de que el desarrollo se logra con dinero? ¿Cuándo aceptará el morenismo que la empresa privada y los intercambios comerciales internacionales condicionan ese desarrollo de manera importante? El modelo al que el gobierno actual aspira ya ha demostrado ser un fracaso en otras partes del mundo. Bueno, tal vez no para los caudillos, que se hacen de fincas, propiedades, viajes y lujo, pero sí para la población en general, la gente que mantiene al aparato gubernamental y sus lujos, la gente que se parte el lomo para llevar cada vez menos pan a la mesa.
La solución no está en China, claro que no. Pero, para nosotros, la solución parece estar en chino.
¡Esto es lo que pienso !
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