CONTRACORRIENTE
Por Cuauhtémoc Calderón
El sobrecosto de 673,000 millones de pesos en las tres obras insignia del sexenio pasado —el Tren Maya, la Refinería Dos Bocas y el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA)— no solo es un escándalo financiero, sino una prueba contundente de que la improvisación y la incapacidad en la administración pública cuestan caro. Se habla de corrupción, y sin duda hay áreas donde la opacidad debe investigarse, pero también hay un elemento que pocas veces se menciona: la ineptitud.
Construir infraestructura con recursos públicos implica una responsabilidad enorme. Es como si alguien te contrata para hacer una casa con un presupuesto determinado y al final cuesta el doble. Solo hay dos explicaciones: o alguien se robó el dinero o contrataste a alguien que no sabe construir casas. Lo mismo ocurrió con las megaobras: se presentaron con presupuestos irreales, sin planeación técnica adecuada y sin estudios de viabilidad serios.
El Tren Maya tuvo un incremento del 176% respecto a su costo inicial, la Refinería Dos Bocas subió 89% más de lo presupuestado, y el AIFA terminó costando 44% más de lo proyectado. En total, estos sobrecostos equivalen a 8.7 veces el presupuesto del sector agropecuario de todo el sexenio pasado o a 336 veces lo que se invirtió en ciencia y tecnología en el mismo periodo. ¿Realmente México podía darse ese lujo?
El problema es que estas obras costaron más de lo presupuestado y siguen sin operar con plena eficiencia. El AIFA es un aeropuerto semivacío, la Refinería Dos Bocas aún no refina un solo litro de gasolina de manera operativa y el Tren Maya ha destruido selvas y ecosistemas sin que aún se tenga certeza de su viabilidad comercial. Es decir, costaron más y están funcionando como se prometió.
Esto no es nuevo. El país lleva décadas sufriendo por una administración pública que prioriza la lealtad sobre la capacidad y la propaganda sobre la planeación. En estos casos, es evidente que la presunta corrupción y la incapacidad se combinaron para generar un desastre financiero del que nadie quiere hacerse responsable.
Si el país realmente quiere avanzar, necesita algo más que discursos sobre austeridad y «transformación». Necesita gobiernos que sepan administrar, que planeen con visión y que comprendan que cada peso gastado sin sentido es un peso menos para educación, salud y seguridad.
No basta con no robar, también hay que saber gobernar. El tiempo lo dirá con mayor certeza, pero hoy, ya son un monumento a la incompetencia.
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